Fuente : Milenio Hidalgo
México • Un pequeño niño mira cómo su padre comienza a hacer maletas, guarda papeles y cosas mientras observa durante unos segundos la imagen de una araña en una vitrina. El padre lo toma por los hombros y le dice que tendrá que quedarse un tiempo con sus tíos. Así lo deja en una casa ajena mientras lo ve marcharse para no volver.
El ojo de los directores de cine se ha detenido en la última década en la observación de cómo una persona común y corriente se transformó en tal o cual especie de divinidad tardomoderna. Siempre se comienza con la narrativa de un “chico normal” que por azar termina asumiendo un destino trágico, fantástico, pero dramático. Cierto, el núcleo representativo de este género radica justo en la idea de transformación de un humano en estado decadente a un hombre por encima de los otros, como una nueva especie que se ha superado desde el abandono de algún temor.
Los creadores de Spiderman, Sony y Marvel, decidieron, a diez años de su primer trabajo, no continuar con el director Sam Raimi y se arriesgaron con una nueva versión. El director de la nueva trilogía de Batman, Christopher Nolan, enseñó desde su primera entrega que la cuestión del origen era el real conductor de una trama épica en nuestros días. Sony quiso oscurecer a Spiderman, concentrarse, como sucedió con la versión de Batman de Nolan, en el destino fatídico de un joven sin padres. Pareciera que Mark Webb entonces fue traído con esta misión, remarcar los traumas de Peter Parker.
El filme asienta las dificultades de un niño abandonado por sus padres por razones desconocidas. En medio de una historia oculta, Mark Webb recrea un frustrado joven que niega las ausencias paternas mediante su rebeldía puberal. Aquí innova y desciende a la atmósfera donde, de forma trágica, un individuo lucha con sus propios demonios. Parker no es aquel muchachito ñoño que hace lo que puede por cautivar a su vecina, es un extraviado sujeto que hace lo que puede por no perderse dentro de un añejo cuestionamiento de la niñez: ¿a dónde se han marchado mis padres?
Webb estira la tensión hasta llegar a consolidar una buena intriga sobre el origen del mal de Parker. Nunca antes los historiadores del Hombre Araña se habían preguntado por cómo debía sentirse un joven que no sabe nada sobre el destino incierto de su familia. Siempre se había solucionado el problema con el reforzamiento del tío Ben, quien asumía el cargo de la figura paterna y libraba a Peter de sus fantasmas de la niñez. Este Parker se enfrenta, con los escasos recursos de un adolescente, a la encrucijada de Hamlet. Webb y equipo idearon el dispositivo ideal para clavar la interrogante sobre la identidad, una araña que en su representación icónica marca las memorias de Parker sobre la huida paterna. Así como resolución al trastorno, Parker es atacado por una lluvia de arañas hasta volverse una de ellas. La factura de la herida en el abandono entonces nos hace ver a un Spiderman más superviviente que superpoderoso. Con más preguntas que respuestas Peter descubre que una chica se siente atraída por él, lo cual violenta el discurso más arraigado sobre la historia de Parker: su obsesión por Mary Jane. Aquí el objeto de deseo más célebre de la mitología arácnida es alterado al desaparecer su patológica relación con la imagen de la pelirroja. Al liberar a Parker de esta obsesión la psicología del chico araña se puede concentrar en el enfrentamiento de la pérdida de la figura paterna. Así, cuando el tío Ben es asesinado, el adolescente termina por encarar su realidad, su total reformulación como hombre e insecto predador.
Webb depura la historia de anotaciones que la elevaban fantásticamente en otros cuentos y todo el tiempo hace lo que puede por atarla a las profundidades de un ego lastimado. El hombre araña nunca asume su poder, nunca lo toma como el espectáculo de saltar felizmente por los edificios y jamás se hace pasar por un héroe que rescata gente indefensa. Un tímido momento donde salva a un niño es mostrado por el director más como un acto de condescendencia que como un épico arrojo con marometas y destellos. Demasiada verosimilitud para un superhéroe, demasiado remordimiento para un protector. Este Spiderman no remarca que “con un gran poder se asume una gran responsabilidad” justo porque el poder aquí es más padecido como estigma, como dolor. Lo que comienza como una búsqueda, dentro de su propia responsabilidad ante la muerte de su tío, es entonces figurado como la cacería de su verdugo. El héroe así se niega a ser valorado. Este vengador se vuelve entonces un enmascarado que, cual Hamlet, lo único que persigue es purgarse del acoso de una conciencia interior. Esto no es un filme heroico en los términos de las historietas, es una versión sobre el origen de un vigilante que ha sido despojado de su familia. El hombre araña busca así comprender su memoria y luchar contra el olvido. No supera, se inmola para hallar identidad en el acto.
Este Spiderman tiene la estructura de una vertical, algo fallida. El filósofo Slavoj Zizek así analiza las películas de Hitchcock. Zizek aborda el llamado “desfondamiento de lo real” como una serie de preguntas que trastocan, una a una, la posibilidad de sentido de la historia. Es decir, un primer plano de la vertical es cuando se ha llegado a una certeza respecto de lo que le está pasando al héroe de la historia, un segundo es justo cuando se rompe esta certeza y se descubre un secreto al fondo de ese estado de cosas. De esta forma, según Zizek, Hitchcock “tuerce” sus historias al grado de romper el fondo último de la certeza al diluir, en la vertical, el grado final de sentido de lo real y descubrir, en varias de sus cintas, una atroz verdad al interior de la trama, una verdad que termina por horrorizar al espectador.
Acá vemos una vertical sobre el miedo generado por la ausencia paterna que se desfonda en una venganza redimida por cierta conmiseración sobre la sociedad cautiva de sus propios temores. La cinta falla hacia el final con una resolución cursilona y fácil, se extiende de más sobre la actuación, mala, de una Wen carente de actitud y llorona. El filme no buscó como su antecesora directa y sus contemporáneas epopeyas una banda sonora potente que dramatizara y acentuara su épica. Sobra decir cómo se extraña el tema diseñado por Elfman para la otra cinta. Sin embargo,Spiderman recrea para una nueva generación un régimen escópico innovador dotado de alusiones artísticas potentes.
Mas lo que atrae de la película es su oscuridad, su psicología, su capacidad para ir dentro de la confusión de un niño forzado a madurar a causa de la muerte. Spiderman asume una vertical y juega a hacer caminar a la araña por ella, claro, con el riesgo de perder el sentido y equivocarse de público. Interesante ejercicio.
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